Existe una relación que ni la ciencia a podido analizar a fondo: la del mejor amigo.
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Todas tenemos ese mejor amigo d el que los novios siempre se ponen celosos, pero que les aseguramos una y otra vez que solamente se trata de amistad. No sé si mi situación aplique a la de todas, pero inevitablemente me acabé enamorando.
Conocí a mi mejor amigo en la carrera porque además de estudiar juntos, acabamos en el mismo trabajo. A primera vista me cayó pésimo, llegó con una actitud de adueñarse del lugar que simplemente no iba conmigo. Traté de evitarlo a toda costa, pero imperiosamente me vi en la necesidad de convivir con el en la chamba. Poco a poco comprendí que debajo de esas capas de un ego inmenso se encuentra un amigo leal y divertido.
Comenzamos a pasar más y más tiempo juntos hasta que mis amigas de la escuela me preguntaban por él. Luego mi familia también indagaba en nuestra relación, hasta que acabé por explicarles a todos que sólo éramos mejores amigos, porque lo éramos. Compartimos varios momentos increíbles y estuvimos el uno para el otro en los peores momentos, siempre nos consolábamos al perder una pareja.
Fue en una de estas ocasiones en las que acabé mi relación con mi ex definitivamente que en una fiesta nos dimos un beso. Nada de lengua, nada de pasión, solamente un beso de juego. Así seguimos nuestro juego, como una protesta al amor y un juego de amistad, hasta que me di cuenta que ya sentía algo más por él.
Se pudo dar cuenta que yo ya sentía algo más, así que siempre me preguntaba en tono burlesco si me gustaba, a lo cual le respondía con más bromas. Luego me fui de intercambio un año y pude separarme de esos sentimientos y nunca perdimos el contacto… pero cuando regresé pasó lo que más temía.
(Continúa en la parte 2).
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