El convertirse en padre para la mayoría ha implicado un cambio radical en la vida. No sólo por el hecho de aumentar la familia, o tener otro tipo de responsabilidades, sino por el desplazamiento psíquico que la llegada de este nuevo ser provoca en uno.
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Desde que nuestros hijos nacen, emerge con fuerza en nuestro interior un TÚ, el cual desvanece a un YO, que ha estado presente desde hace mucho tiempo. Esta nueva fuerza se empieza a apoderar silenciosamente de nuestro espacio físico y psíquico, sin que haya ninguna resistencia o restricción que se lo impida. Más aun, existe un mandato social que alaba que esto ocurra, “desde que te conviertes en padre pasas a segundo plano”. Hasta aquí resulta obvio lo que estoy planteando, incluso el no sentirlo de esta manera es sinónimo de frialdad, falta de sensibilidad o egoísmo para la mayoría de las personas. Sin embargo, la postergación reiterada, la pérdida del YO, abrupta y prolongada, desata una lucha interna que se vivencia en el más absoluto de los silencios, pero que se evidencia a través de conductas que dificultan la relación o hacen que la sintonía con nuestro hijo se pierda.
La llegada de un hijo, por mucha dicha que traiga, implica una conflictiva interna respecto al ceder, compartir y aceptar. Esta lucha desata en nosotros emociones negativas que asustan cuando aparecen, ya que nunca pensaste sentirlas, o bien, resulta vergonzoso compartirlas con otro por temor a ser juzgada de mala madre y/o padre. Sin embargo, su presencia es absolutamente normal, esperada y necesaria para crecer y aumentar la sensibilidad parental. Experimentar rabia al sentir que no tienes tiempo para ti, impotencia por no poder dormir bien, deseos de salir un rato sola y disfrutar de ello, deseos de que duerman para estar tranquila y “no escucharlos”, o bien, querer volver a trabajar para ser reconocida, son vivencias absolutamente esperadas que dan cuenta de la necesidad del YO de volver a aparecer.
Lo central es HACER CONSCIENTE esta necesidad y no minimizarla. Cuando la minimizas o niegas, de una u otra forma aparecerá. Tu ánimo comenzará a cambiar, tu paciencia se agotará con mayor rapidez y estarás disconforme contigo. El problema es que esto no sólo traerá perdida de sintonía con tu hijo y un trato inadecuado hacia él, sino que con tu pareja los problemas aumentarán, y te verás discutiendo por todo.
Ser madre y/o padre es la tarea más hermosa que nos toca vivir, pero es una tarea más dentro de las múltiples que realizamos. Amar no significa abandonarnos, ceder no significa volverse invisibles, paternidad no significa dejar de existir. Tu vida debe ser vivida con los diversos roles que asumes, la clave es reorganizarte y hacer consciente la necesidad del YO. Amar es libertad y criar es flexibilidad, como plantea Jorge Barudy, neuropsiquiatra infantil chileno, los padres deben poseer una plasticidad estructural que les permita adaptarse a los cambios de las necesidades de sus hijos; pero para poder hacerlo debemos ser conscientes de nuestras propias necesidades.
No niegues, asume y vive. Ten presente: cuando sientas incomodidad en tu rol paterno escucha tu interior, busca ayuda en tu entorno y por sobre todo VALIDA experimentar aquello, no por sentir malestar dejarás de amar a tus hijos, al contrario, te convertirás en un padre sensato, regulado y diferenciado, factor central para permitir crecer con autonomía y no caer en conductas que luego provocarán arrepentimiento.
No permitas que por silenciar tu YO, dañes a ese TÚ que es todo para ti.
Visto en Mujer y Punto
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