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El día en que le perdí el miedo a la palabra ‘feminista’

Y tú, ¿todavía le tienes miedo al feminismo?

Y tú, ¿todavía le tienes miedo al feminismo?

Hasta hace algunos años, eran pocas -poquísimas- las mujeres que abiertamente se asumían como feministas. Incluso aunque lo fueran sin estar plenamente conscientes de ello, la palabra ‘feminista’ se percibía como un concepto radical que generaba dudas, miedos y, sobre todo, mucho rechazo.

Increíblemente esto sigue sucediendo hasta el día de hoy. Y lo digo porque también me sucedió a mí. A pesar de haber sido una chica un tanto «rebelde» y hasta cierto punto open-minded (aunque en el camino nos vamos dando cuenta de que siempre queda mucho, muchísimo, por andar), a pesar de sentir mucha rabia al saber de abusos y violencia contra las mujeres, a pesar de querer una sociedad equitativa para las mujeres, no me consideraba feminista. Es más, hasta la veía como una palabra «maldita», demasiado intensa, demasiado heavy, demasiado radical.

¿Y cuándo dejé de verla así? Cuando una querida amiga, editora y escritora feminista, compartió en su muro de Facebook un texto breve pero maravilloso publicado por Verónica Murguía en Tierra Adentro, en el que no sólo cuestiona la forma en la que definimos a la mujer y a lo femenino, sino en el que también pone sobre la mesa el hecho de que haya tantas mujeres que no se sienten cómodas asumiéndose feministas y, es más, que incluso se justifican para separarse de «ese» bando, aunque al final defiendan lo mismo.

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Y, por supuesto, esas palabras resonaron en mí. Sí, porque yo era de las que decía «no es por ser feminista, pero…», «por supuesto que defiendo a las mujeres, pero tampoco es que sea feminista…» y un largo etcétera.

Poco a poco fui involucrándome más en el feminismo, comencé a leer más, a ver documentales, a incorporarme a grupos de mujeres feministas en Facebook, a estar más al tanto de las noticias sobre este tema y todo comenzó a tener sentido. Había encontrado, por fin, una congruencia entre aquello que siempre había creído y entre lo que leía y aprendía.

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No les voy a mentir, incluso después de esto me costó un buen tiempo decir abiertamente que era feminista y sentirme orgullosa por ello. Pero, al final, el miedo desapareció. Y, ¿saben qué? Que ha sido una experiencia liberadora, enriquecedora, confrontadora y también sumamente laboriosa, pues ha implicado ser mucho más crítica conmigo misma para comenzar por deconstruir un sinnúmero de ideas y actitudes profundamente arraigadas en mí al haber crecido (como todos) en una sociedad predominantemente misógina y machista.

Y tú, ¿cuándo le perdiste el miedo a autoproclamarte feminista? ¿Aún te cuesta trabajo decirlo abiertamente? Cuéntanos tu experiencia.

[Foto: Joe Gardner / Unsplash]