En estos tiempos en que en el hemisferio sur se asoma la primavera, es muy lindo ver las plazas llenas de niños que corren y disfrutan del entorno bajo la mirada de sus padres orgullosos. Eso sí, llama la atención advertir cómo ellos – sin darse cuenta – educan a sus hijos pequeños para vivir en un mundo donde lo privado está casi por sobre todo lo demás.
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Cuando veo que los pequeños toman los juguetes de otros, siempre escucho: “Noo!! eso no es tuyo…” Es obvio que no hay mala intención de parte de los adultos, y que lo que buscan es educarlos en el respeto hacia los demás, pero ese sentido del respeto suele ir de la mano de una mirada muy categórica que separa con precisión lo tuyo de lo mío, y por lo tanto, a ti, de mi.
Los niños lo pasan mejor cuando comparten su tiempo y sus juguetes con otros. En sus mentes pequeñitas no existen la maldad ni el sentido de propiedad privada, eso es un concepto que se educa y sin duda se aprende rápido.
Los niños exploran el mundo desde la inocencia pura porque todo les parece impresionante, y ese es un tesoro que hay que cultivar más. A través del juego le dan rienda suelta a esa fantasía dulce que los envuelve en una burbuja de amor y presente pleno que los mantiene cautivos. Es un momento sagrado, vacío de egoísmo y lleno de toda la energía y la magia que con los años lamentablemente irán perdiendo, al amparo de una educación formalizada, que sabe poco de emociones positivas y felicidad.
Sería genial si pudiéramos construir una cultura más amigable y orientada hacia el bienestar colectivo y la generosidad, una cultura donde compartir espacios, bienes y experiencias con desconocidos sea algo natural y deseable.
¿Qué tal si empezamos con los niños?
Visto en Mujer y Punto
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