Muchas madres y padres se ven tentados a colocarle a sus hijos el mismo nombre que ellos; ya sea por tradición familiar, gustos, o simplemente porque desean que su descendencia sea una especie de continuación de quienes son.
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Sea cual fuese el motivo, los expertos coinciden en que esta práctica no es tan indefensa como se ve, pues tiende a limitar el desarrollo del niño en plena libertad.
Es decir, suele condicionarlo (de manera inconsciente) a que cumpla determinadas expectativas, y deba seguir una historia en vez de comenzar una propia.
«Se le invita a que ocupe el lugar del otro, porque un nombre tiene una historia y es muy posible que ese niño acabe identificándose con el destino de ese nombre», afirma el psicoterapeuta y coach Jorge Llano.
Es por eso que lo mejor -recomienda Llano- es buscar para los hijos nombres que no formen parte del árbol genealógico, pero que sean afines al legado familiar.
Ahora bien, en el caso de ya tenerlo, lo ideal es enseñarle al niño que él puede construir su propio destino, y que su vida no tiene nada que ver con el del padre o familiar que posee el mismo nombre.
Finalmente, Llano hace énfasis de que al colocar nuestro mismo nombre, proyectamos nuestras emociones en los niños e incluso, sin proponerlo, les transmitimos nuestra identidad y obstaculizamos su propio desenvolvimiento como persona.
Cuéntanos ¿por qué otras razones NO le pondrías el mismo nombre a tus hijos?
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