Todas tenemos ese amigo gay, el cual está muy guapo, nos hace reír y secretamente nos gusta un poquito. Mi recomendación es que pares tus sentimientos en ese momento. Les voy a contar lo que me pasó cuando decidí actuarlos.
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Tengo un amigo que no es tan cercano, pero siempre que nos vemos nos saludamos y pasamos buenas risas. Recientemente nos encontramos en un festival de música y juntos bailamos y disfrutamos del sol y el agua. Pasando las horas, nos pusimos un poco más borrachos. Nunca había considerado que llegara a pasar algo entre él y yo, pero siempre se me hizo muy atractivo.
Ya caída la noche, nuestra plática empezó a tomar un tono más serio. Soltaba chistes y comentarios de que llevaba rato queriendo explorar aventuras heterosexuales y que no sabía cómo lograrlo. Mi cerebro embriagado, en vez de detenerse a pensar la situación, saltó a conclusiones alocadas de que debía ser yo quien le enseñara cómo besa una mujer.
Nos apartamos de nuestros amigos y tomamos una caminata.
Nos íbamos acercando poco a poco, hasta que el roce de nuestros brazos se volvió inevitable. Por fin se animó a besarme y pasamos un largo rato envueltos en nuestros brazos. Después de lo que parecieron horas, decidimos regresar al concierto con nuestros amigos. Fue entonces cuando nos perdimos y la falta de señal hizo imposible que nos volviéramos a encontrar.
Al día siguiente decidí mandarle un mensaje para preguntarle cómo le fue en su regreso. Respondió amigablemente, pero un poco cortante. Cuando decidí preguntarle sobre lo ocurrido, contestó que no me preocupara, que fue cosa de una vez y que se lo adjudicaba al estado de ebriedad. La conversación murió abruptamente, pero ya era demasiado tarde. Yo ya estaba más que clavada con él, me encontraba en un callejón sin salida.
Ahora sólo me queda esperar no perder su amistad y que se vuelva incómodo cuando nos encontremos. En mi experiencia, podemos divertirnos con nuestros amigos homosexuales sólo cuando no hay sentimientos de por medio.
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