Hay veces en la vida en que nos volvemos una persona que no reconocemos. Este tipo hizo que me volviera una loca de verdad.
Te recomendamos – El juego de Harry Potter para smartphone que seguro vas a bajar
Acompáñenme a leer esta triste historia.
Tinder sirve para muchas cosas buenas, pero hay veces en las que deseo que no hubiera existido. Corría una sola y fría noche de febrero en la que me puse a «tinderear». Entre tanto mirrey y puras fotos de hombres usando lentes oscuros para no revelar su fealdad, encontré a Emiliano. Emiliano tenía un bonito perfil, tocaba la batería en una banda y tenía muy buen estilo, algo tenía que salir mal….
Me invitó a su concierto en el antro de moda en Álvaro Obregón y nos conocimos un rato. Platicábamos diario por Whatsapp. Otro día volvimos a salir de antro y por fin nos besamos. El momento fue mágico y especial, yo ya estaba más que clavada. Después vino Semana Santa y descubrimos que estaríamos los dos en Acapulco. ?
Pero ahí empezó el problema. Entre tanta fiesta me dejó de contestar y nuestros planes para encontrarnos nunca rindieron frutos. Ahí empezó a salir el monstruo que habitaba muy dentro de mí. Al cabo de muchos vodkas, empezaba a lucir así:
Después de muchos mensajes sin respuesta, asumí que lo había espantado. Los días han pasado y no hay día que no me meta a su Instagram a stalkearlo. Tan es así que seguro ya le salgo hasta arriba en las views, no se por qué no me ha bloqueado. El fin pasado supe que íbamos a coincidir en un festival, así que lo busqué como desquiciada hasta que lo encontré. Sin saludarlo ni nada, decidí ponerme a su lado con mi mejor amigo, esperando algún saludo levemente educado. Nunca llegó. Hasta le pedí a mi mejor amigo gay que me besara para darle celos. Me vio, me ignoró por completo y se fue.
Y pues nada, ahora así ando por la vida, esperando a un clavo que me saque a éste:
¡Danos like en Facebook!
Además, te recomendamos:
Trabajadora sexual con más de 10 mil clientes nos revela lo que quieren los hombres
15 canciones para olvidarlo con esa última lágrima