Hay una edad en la que ninguna mujer quiere fallar en el amor; pero al mismo tiempo no quiere ser otra persona que no es.
En donde sabe que no está bien ser tan críticas, ni tampoco estar a la defensiva; y en donde comienzas a considerar la posibilidad de que quizá ese amor nunca llegará.
Además, sabe que impresionar y emocionarse demasiado por otra persona tampoco es el camino correcto, y que eso quedó en su segunda década
¿Reconoces esa etapa?
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Ahora bien, cuando ya has madurado (y eso incluye que ya has pasado por varias decepciones) te das cuenta que cuando encuentras a la persona correcta ni si quiera te das cuenta. Es decir, estás relajada y todo en la relación fluye sin ni siquiera proponértelo.
En pocas palabras, se siente como si el amor fuese realmente sencillo y en el cual no tuvieses que invertir mucho esfuerzo.
Incluso no hay dudas sobre lo que les depara el futuro, pues están juntos y eso es lo que importa.
Lo mejor es que no tienes que pretender ser otra persona, y ni siquiera te pasa por la mente tener que impresionar al otro con tu comportamiento, actitudes o hazañas.
Entonces, te das cuenta que a los 20 estuviste intentando cosas que no llegarían a nada, que las películas románticas te mintieron, que el verdadero amor no es una emoción ilimitada; sino que es justamente todo lo contrario.
Es tranquilidad, es sentirte a gusto contigo misma y conseguir un pequeño tesoro cuando ni siquiera tienes en mente la posibilidad de que así sea.
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