Siempre he sido fiel a la idea de que la esperanza es lo último que muere.
Te recomendamos
-10 cosas que haces de manera inconsciente y atraen a los patanes
-5 razones por las que es válido pedir una pausa en tu relación
La mantuve todo el tiempo que estuve con alguien… No éramos novios, tampoco desconocidos. La verdad nunca supe qué fuimos, sólo entendía que las cosas no acabarían bien.
En esos largos meses a su lado llegué a conocerlo mejor de lo que me conocía a mí misma y; en el camino me perdí.
Pasaban los meses sin que él se decidiera a dar el siguiente paso y con esos meses vino la presión social: mis amigos y familia continuamente preguntando cuando sería oficial… La duda de saber cómo presentarlo porque no era mi pareja, pero tampoco un amigo.
Corría el tiempo y con él nuestras diferencias: las continuas peleas por saber si el día de mañana seguiríamos juntos y obtener un “no me siento listo para formalizar la situación” de su parte, mi miedo, su inseguridad, hasta que un día no quise seguir.
Este amor fallido me hizo aprender: aprender a no seguir estereotipos. A disfrutar la felicidad que tuve y los sentimientos que me hizo vivir, aunque no fueran los «ideales».
También aprendí que soy fuerte: probé mi fe cuando las esperanzas eran nulas.
Pero lo más importante, aprendí a darme mi lugar: si una persona no sabe lo que quiere en un principio, es probable que no lo sepa cuando estés con él.
Sin embargo, a esa persona le agradezco mucho. Gracias a él sé lo que quiero, conozco mis límites, mis debilidades. Por él hoy puedo estar con alguien que me da mi lugar.
